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domingo, 4 de diciembre de 2011

Los Gavilleros



El gavillerismo, modalidad dominicana del bandidaje político rural, como es sabido, constituyó un fenómeno de amplia extensión durante el primer cuarto del siglo XX que tuvo sus manifestaciones más acusadas en la región Este. Sobre todo, durante los primeros seis años de la ocupación militar norteamericana iniciada en 1916 miles de personas formaron parte en las cuadrillas insurrectas que se hicieron omnipresentes en las campiñas orientales. En el mismo período se produjo la expansión acelerada de la industria azucarera, que llegó a un primer techo en su producción hacia 1930, esto es, a escasos años de que se conjurara el gavillerismo. Tras una fase centrada en los alrededores de Santo Domingo, desde la última década del siglo XIX el epicentro de la expansión azucarera se trasladó al Este, específicamente San Pedro de Macorís. El acelerado incremento de la producción de azúcar se acompañó de la formación de latifundios en manos de las compañías extranjeras. A diferencia de otros países, el campesinado preexistente no pudo insertarse en la producción de caña. Por lo tanto, se estableció una temprana relación entre el auge del azúcar y la desposesión generalizada del campesinado oriental.

La coincidencia espacial y temporal entre la formación del latifundio azucarero y la acción de las partidas de insurrectos que recibieron el calificativo de gavilleros sugiere, casi como cuestión de sentido común, la determinación de la posible relación entre ambos procesos. Y, ciertamente, en contraste con visiones extendidas que no aceptan ningún determinante social en el gavillerismo, puede aseverarse la existencia de planos de determinación de las condiciones creadas en la región oriental  por la “revolución azucarera”. En conclusión preliminar, pues, resulta pertinente suponer la incidencia de las relaciones de producción sobre esta modalidad de movilización social. Desde luego, la determinación de las consecuencias del azúcar no puede ser entendida en una forma exhaustiva y ni siquiera prioritaria; y la prueba de ello se encuentra en que, como lo ha puesto de relieve María Filomena González, el gavillerismo cubrió otras porciones significativas de la geografía dominicana. Pero no debió ser por casualidad que alcanzó únicamente manifestaciones masivas en el Este.

Cuando se va al terreno de los hechos, sin embargo, los primeros vistazos que permiten las fuentes no convalidan tales relaciones entre sector azucarero y gavillerismo. Los sujetos ilustrados de la época, imbuidos de posiciones antiimperialistas, así visualizaron el fenómeno, como se observa en el comunicado emitido a ese respecto por el Congreso Regional Nacionalista del Este, celebrado en El Seybo en 1921.
Todavía son más contundentes las visiones de quienes tuvieron de alguna manera vinculaciones vivenciales directas con el gavillerismo. Casi todos los sobrevivientes localizados a la fecha de hoy eran niños o adolescentes en el momento de esos hechos, tomando en cuenta que en mayo de 1922 se consumó la rendición de los insurrectos. Pero muchos de ellos tienen criterios suficientes para interpretar el problema aludido.

Lo más importante estriba en que esos entrevistados arrojan luz acerca de la forma en que se subjetivaban en la época las relaciones sociales vigentes, las transformaciones que aparejaba la actividad azucarera y las posibles causas del gavillerismo. No se trata de que el juicio de los actores se acoja como explicación final, pero su valor no puede minimizarse, ya que, finalmente, involucra los sentidos de las prácticas sociales, aspecto central de toda dilucidación historiográfica.

Como premisa, debe señalarse que la acción insurreccional en el Este precedió a la culminación de la expansión latifundista. Esta se llevó a cabo desde las zonas costeras hacia el norte. Y no cabe duda que el gavillerismo no surgió en las zonas costeras, sino en otras donde todavía entonces se mantenía una pequeña agricultura y no habían acaecido todos los efectos de la industria azucarera. Si se quiere localizar un foco del gavillerismo, debe apuntarse a los alrededores de Hato Mayor y extenderlo a lo largo de la franja más poblada de la región oriental, que iba desde esa población hasta Higüey, pasando por el Seybo y un rosario de caseríos.

En esa porción, al igual que en casi toda la región oriental, la gran mayoría del territorio estaba cubierto de bosques y el habitat se caracterizaba por la dispersión de viviendas entre bosques y praderas. Definitivamente no habían todavía hecho aparición los típicos problemas agrarios derivados de la concentración de tierras en una clase terrateniente. Como se desprende de los cuadros que pinta, por ejemplo, Ruperto Marte, entonces residente en los que hoy se conoce como “Cruce de Pavón”, los campesinos del Este llevaban a cabo una vida aislada, en la autarquía  económica, retirados en los posible de los componentes de la vida urbana y el poder estatal.

Como abundaba la tierra, carecía de valoración colectiva. La generalidad de los campesinos parecen haber tenido simplemente una ocupación precaria o no contaban con documentos que avalaran sus derechos, aunque era frecuente que transacciones que reconocían situaciones de hecho se encontraban en los archivos municipales y notariales. Gran parte de su actividad se derivaba del predominio de los bosques, como es el caso de la crianza libre, tanto de ganado vacuno como porcino, o de cortes de maderas y la recolección de miel y cera.

En principio puede sostenerse que las relaciones con los agentes mercantiles de las ciudades eran fundamentalmente cordiales. A pesar de que los productores tenían conciencia de que se les engañaba en el peso de sus géneros, entendían el proceso como parte consustancial de su ubicación social. Y esto no conllevaba conflictos agudos debido a lo exigua que resultaba la inserción en el mercado. En el Cibao, en contraste, la potencia de la agricultura comercial tabaquera se acompañó, desde el siglo pasado, de conflictos que llamaban la atención de los intelectuales. En el Este no se habían disuelto planos de cercanía de las clases que formaban parte de estilos de la vida tradicional. Era común, en virtud de ello, que un campesino tuviera relaciones de compadrazgo con un miembro de la familia Goico, la más prestigiosa de El Seybo.

Cuando el cacao se llevaba a La Romana, el comerciante Gabriel Beltrán bien podía ofrecer alojamiento al productor, que veía en el gesto una señal de amistad. A lo sumo,  el producto mercantil de cierto peso en la región oriental era el cacao, que se cultivaba en cercados de empalizadas, a fin de protegerlo del ganado errante. En lo fundamental los víveres y el ganado se destinaban al autoconsumo. Como lo indica vívidamente Dominga Rosario, de 87 años,  residente en Gato, entonces “no había dinero, pero la comida no faltaba”, lo que era la norma en el país. La abundancia de los alimentos y la pequeñez de las ciudades les quitaba a los primeros valoración monetaria: cuando los jornales eran de por lo menos 60 ctvs., la libra de carne en el campo se cotizaba a 4 ctvs. o, al decir de la misma señora Rosario, por (…) vender su tierra cuando recibieron ofertas de los comerciantes al servicio de las compañías azucareras. Encontraban que 25 ctvs. tarea, como pagó el Central Romana en ciertos momentos,  era un precio equitativo y atractivo. A posteriori, se juzga esta disposición a la venta como producto de la ignorancia. Muchos de ellos marcharon después a las ciudades cercanas a relacionarse a la actividad asalariada o a montar pequeños negocios. Los testigos, en general, no recuerdan personas que se negaran a vender y que recibieran la presión enervante de comerciantes o terratenientes.

Juan Germán Arias, buen conocedor de la región y mi orientador en la última excursión por el Este profundo, preguntaba, intrigado,  el porqué el paraje Benerito había quedado en manos de dominicanos, cuando está rodeado por predios del Central Romana; se determinó mediante conversación con Teófilo Santana Rijo que se debió a que los antiguos propietarios, su padre y otros tres hermanos Rijo, no aceptaron las ofertas de la compañía. Un parecido oasis campesino, rodeado de la sobrecogedora soledad de potreros y colonias, se observa en los alrededores de Gato. Como nos los explicó Prebisterio Caridad, en esta otra aldea se reconoció una especie de ejido,  considerado todavía hoy de propiedad estatal, por lo que los ocupantes de pequeños predios siguen careciendo de títulos. En la medida en que no había valoración social de la tierra, muchos de los que vendieron no se sintieron despojados y asumieron como natural una transacción que les sería profundamente desventajosa. 

La resistencia a la ocupación de las tierras por el Central Romana en lugares como Campíña y Chavón Abajo, amén de haber sido bastante débil, como era lógico en un contingente demográfico caracterizado por la dispersión, no dejo de ser aislada ya que no se registra en otros lugares. Por lo demás, los campesinos no concedían especial atención a los variados procedimientos fraudulentos con que se acompañó la formación del latifundio cañero, corolario del hecho de no haber   asimilado el criterio moderno acerca de la propiedad privada sobre el suelo. En muchos casos los vendedores permanecían en las cercanías como trabajadores asalariados y, a escondidas, desbrozaban pequeñas porciones de los bosques que se mantenían en reserva. El Central Romana enfrentaba esta práctica destruyendo las empalizadas y cultivos, y los ocupantes volvían a reiterar su intento, con lo que se obstinaban en sus prácticas ancestrales, al parecer reacios a aceptar que se había impuesto un criterio incomprensible de propiedad del suelo. Lo interesante es que los testimonios coinciden en que esta modalidad de virtual expropiación agraria no tuvo vinculación directa con el gavillerismo. Nadie, por lo visto, tomó las armas en protesta de la pérdida de la tierra. Y, sin embargo, resultó crucial la conexión del gavillerismo con el mundo del azúcar, hipótesis que no remite a la consideración de una causación esencial en el ámbito económico. Debe quedar claro, para prevenir equívocos, que, primordialmente, el gavillerismo se estructuró como un fenómeno político, expresivo de la reticencia de sectores de la población agraria a aceptar el proceso de centralización estatal que venía avanzando desde fines del siglo XIX y que culminó con la ocupación militar del imperialismo.
Si se reconoce en el gavillerismo una acción de clase, es solo en el sentido de haber sido protagonizada,  casi exclusivamente, por campesinos. Pero no tenía por contenido las típicas reivindicaciones por la tierra. Formuladas las anteriores precauciones, a nivel esquemático se pueden enumerar varios factores causales del bandidaje en el referido ámbito económico de la expansión del latifundio: La circulación de riquezas en las transacciones de mercado facilitaba la amplitud del bandidaje, puesto que los grupos alzados podían sostenerse a través de asaltos a establecimientos comerciales o de la extorsión a terratenientes. Los caudillos que encabezaban las partidas insurrectas tenían la posibilidad de reclutar con más facilidad adeptos,  en razón del surgimiento de una población flotante, desarraigada de su entorno consuetudinario. Había todo un mundo que experimentaba convulsión, donde se desplomaban usos y valores tradicionales, facilitando mediaciones para respuestas conflictuales inéditas. Como parte de lo anterior, en la masa había mayores tendencias a la acción bélica, al resultar esta una fórmula de escape a las compulsiones de la disciplina laboral propia de la actividad capitalista.

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